le pedí permiso al autor para publicar su texto, jeje, no lo he robado...
mi colega y amgio Francisco López Arteaga escribió este texto, lo recomiendo, jeje...
El Alumno Inesperado.
A Pedro, quien nunca leerá este cuento.
Sábado, 11.48 de la mañana, doce minutos para las doce y por fin iba a ser libre para disfrutar el fin de semana una vez terminadas las clases que imparto en la casa de cultura del barrio de Tlaxcala. El calor era húmedo, sofocante en ese cuarto que abre sus ventanas de par en par al sol que en ese momento se dejaba caer sobre mi espalda mientras le revisaba sus lecciones a una niña de unos 9 años que llevaba unas pocas clases conmigo, la última del día. Algunos otros alumnos se encontraban impacientes por salir, otros revisaban su material nuevo, otros simplemente platicaban. El suelo comenzó a vibrar de repente, cosa que no me sorprendió en absoluto debido a que ese cuarto suele temblar con el paso constante de los camiones que transitan el Eje Vial. El ruido del cuarto y mi atención en los dedos de la niña me impedían escuchar lo que pasaba afuera. De pronto escuche venir de afuera algunos chirridos de carros y a un par de choferes tocando su claxon tocando 5 veces. Gritos de pánico se dejaron escuchar en la amplitud de la calle, aunque mi atención seguía enfocada en la niña que estaba empezando a desesperarme porque no había estudiado sus lecciones. De pronto el sol se desvaneció de mi espalda y una sombra se inclinó sobre ella en lugar del sol del mediodía. La niña a la que daba la clase gritó, lo que desencadenó una avalancha de gritos de parte de los demás alumnos. No suelo sentir miedo de muchas cosas y ese día no fue la excepción. Giré tranquilamente mi cuerpo para mirar hacia la ventana y conocer el motivo de la sombra y de los gritos de mis alumnos. Vi un cuerpo que se levantaba mucho más arriba del techo de la casa, y mi salón que esta en el segundo piso le llegaba al pecho.
- Ay no.- Pensé sin saber bien el por qué, no tengo miedo de morir aplastado por un gigante, quizá fue porque si eso pasaba, arruinaría mi fin de semana y la cita que tenia esa noche.
El rostro de aquella enorme persona era amable, así que no entendí en absoluto los gritos de mis alumnos y de las gentes en la calle, de lo que me di cuenta fue el por qué tanto alboroto de tráfico, pues él estaba parado a media calle impidiendo el paso. Vestía un pantalón corto algo desgastado, hecho para su estatura y un par de zapatos malhechos con la piel de varias reses. Me miraba fijamente, pero no con una mirada violenta, más bien triste, así que me animé a salir a la pequeña terraza.
- Ehm, Buenos días, ya más bien tardes, Este... ¿Se te ofrece algo?.- Fue lo único que atiné preguntar, llevando mi mano hacia mi nuca para rascarla.
- Buenas tardes.- Dijo con voz tranquila y algo torpe. - Tan solo quería ver si podía entrar a las clases de guitarra.
- Ahh, vaya. Bien, ¿Cómo te llamas?
- Pedro.
- Mira Pedro, pues así de entrar, entrar, no creo que se pueda.- Dije con mi característico sarcasmo, el cual en vez de molestarlo le arrancó una carcajada.
- Necesitas hablar con la directora, déjame hablarle.
Bajé con la directora y le comenté la situación, ni siquiera se había percatado de la presencia del gigante y como le comenté que parecía no ser violento se animó a salir.
- Son 150 pesos de inscripción y 150 de mensualidad.- Dijo ella.
Su cara reflejó algo de tristeza.
- No tengo dinero.- Dijo el gigante con afición.
Desconozco completamente la razón de mi altruismo, tal vez será que espero que Karma me devuelva alguna vez lo que hago por los demás, no lo sé, así que con un suspiro de resignación le dije:
- No te preocupes, te doy la clase gratis. ¿Tienes Guitarra?
- No.
No sé por qué la estupidez de mi pregunta, era obvio que no.
- Ese va a ser un problema, vamos a necesitar una guitarra para ti, y un lugar para la clase, el atrio de la iglesia de Santiago es grande, creo que podremos estar ahí entre la una y dos, a la hora que no hay misa. ¿Te parece si nos vemos los martes a esa hora?
- Si, me parece bien.- Respondió con emoción.
- Bien, ahora hay que ver lo de tu guitarra.-
Había algunas personas que me debían unos cuantos favores, así que pudimos conseguir patrocinio de madererías que nos donaron unas hojas de triplay y madera suficiente para construir la caja, los puentes y las barras armónicas. El mástil lo trajo él de un tronco verde y grande de mezquite que encontró, y tallamos con algo de dificultad con sierras eléctricas. Y como la noticia corrió por toda la ciudad muchas personas quisieron colaborar de manera gratuita en la construcción de la guitarra, en el rastro conseguimos tripas de res para las cuerdas y de algunos talleres mecánicos conseguimos engranes para el clavijero, en alrededor de dos meses, la guitarra estaba casi terminada, solo faltaba esperar que se secara bien el barniz y poder pulirlo. La construcción total fue de casi tres meses.
Para ese tiempo ya me había encargado yo de imprimir en Plotter, y gracias a patrocinio también, el método inicial de melodías que utilizo, Los Ejercicios de Coordinación del Maestro Manuel López Ramos, una tabla con los círculos esenciales: Do, Sol, Re, La, Mi y Fa, unas cuantas hojas del método de Christopher Parkening y sobre todo una impresión en grande que me emocionó mucho de Las Primeras Lecciones de Julio Salvador Sagreras. Entre mi mamá y un par de tías me ayudaron a coser el cuaderno para que no se perdieran las hojas. Todo estaba listo para empezar las clases, y así nos encontramos un día en el atrio de Santiago, el sentado en el suelo con sus piernas estiradas apuntando hacia mí.
- Muy bien, vamos a empezar haciendo cosas fáciles, posición básica de arpegio, índice toma tercera cuerda, medio segunda y anular primera.
Hice todos los comentarios pertinentes en cuanto a la postura y con una escalera triangular subía a corregir su postura, su mano, sus hombros, su mano y codo izquierdo, dedos, etc. y durante tres meses, en clases los miércoles de cada semana, estuvimos leyendo melodías abarcando todas las cuerdas hasta afianzar la lectura, y todos los círculos. Era interesante ver que cada miércoles se reunía alrededor del atrio decenas de personas para presenciar la clase, y algunos camiones que transitaban por la Avenida de la Paz se detenían un momento. Siempre todos en el más respetuoso silencio, una que otra vez alguien hacia algunos gritos ofensivos, a los cuales nadie les daba la más mínima importancia. Solo se escuchaba su guitarra y el metrónomo conectado a un amplificador.
Para el siguiente mes habíamos terminado las hojas de Parkening que utilizo para hacerlos conocer la lectura a dos voces, antes de pasar a Sagreras, su técnica estaba mejorando y su sonido era más lleno, le ponía mucho empeño a su aprendizaje y eso me emocionaba aún más.
Aprendió algunas canciones populares que a el le gustaban, rancheras, sobre todo de José Alfredo Jiménez.
Por fin entramos a Sagreras
Después de un año y algo estaba por fin preparado para dar su primer recital con las lecciones de la 75 a la 85.
La cita fue en la Plaza de Fundadores a las 8 de la noche. Se hicieron programas de mano donde se leía "Pedro, el guitarrista más grande" y el ayuntamiento colaboró con sillas a lo largo de la plaza. El se encontraba algo nervioso con la plaza llena al tope, pero tocó las lecciones muy bien, con muchísimo sentimiento el cual penetró tanto en la gente que no dudaron en pedir el Encore inmediatamente, y el gustoso tocó nuevamente las lecciones 75, 84 y 85, las que me dedicó a mi, ya que alguna vez le dije que eran las que más me gustaban de ese libro. El aplauso explosivo de la gente no se hizo esperar de nuevo, en su cara se dejaba ver su felicidad y el brillo de los reflectores en sus ojos mostraba su gratitud.
Entre los aplausos y gritos de bravo me retiré y ya no lo volví a ver nunca más. No regresó a clase.
Una mañana mientras iba con un par de amigos a hacer Yoga a la Cañada del Lobo, en medio de un mantra que el Pequeño Gurú Greñalarga* dirigía, volteé mi cara instintivamente hacia el lado contrario de donde éste se encontraba, el viento soplaba leve en mi cara, deje de recitar el mantra, abrí los ojos, vi los cerros y de entre ellos alcancé a escuchar muy tenuemente y muy a lo lejos las notas de una guitarra.
Esboce una pequeña sonrisa y dejé escapar una lágrima:
Era la lección 75 del primer cuaderno de Sagreras.
*Este personaje no existe, lo inventé yo y pertenece a otro cuento pendiente.
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